martes, 31 de diciembre de 2013

La mesa del comedor - Familias rotas

A veces llegaban al mediodía, llenos de calor y de sol, caían los tres, la madre flaca con su ropa ajustada, pidiendo remedios a la inexistente encargada de la Farmacia, con sus cabellos resecos teñidos de rubio, y su clásico olor a tabaco. Un varón silencioso ya casi dejando la mágica niñez, dura y desamparada para él, parecía el soldado de la desafiliación. Pero quien se llevaba las palmas de la delgadez era la niña. Alta, extremadamente huesuda, con unos dientes de caballo notables y grandes, parada al lado de su plato negándose a comer a pesar de todos los ruegos habidos y por haber... implacable se mantenía firme en su decisión hasta que llegaba su voluntaria amada, se abrazaba a ella, sonreía feliz y satisfecha, parecía decir: éste es mi alimento, ya no necesito nada más.

Otros mediodías, cuando los rezagados estaban dándole fin al que sería su último plato de la agónica jornada,aparecían ellos, la chiquillada adelante para que no te espantes, siempre juntos, sonriendo y gritando entre algunas palabras desocupadas de sentido para los que estábamos afuera -¿afuera?- del grupo familiar. Se sentaban a esperar que apareciera la comida, sabiendo ya muy bien que todo el mundo no come, hoy era un gran día. Detrás, gordos de toda pobreza, fatigados de toda espera de que la cosa cambie, hacían su entrada padre y madre, resoplando y directo a la jarra de agua fresca a temperatura ambiente. Los polluelos miraban igualmente a los otros, pensarían ¡qué bonito color tiene la vida en familia! Los niños iban y venían dentro de los abundantes platos, hacían y decían entre ellos. Alguna señora manifestaba su enojo porque al padre la desteñida remera corta atrás y los pantalones mal sujetados a la cintura dejaban ver parte de sus fofas nalgas que pedían enfáticamente un biombo. No les quedó otro remedio a las voluntarias que colocarse en diagonal y cuidarle las espaldas al jefe de hogar.Almuerzo memorable para los tabiques humanos. Al irse uno de los chicos oscuro de sol y de polvo, casi ya en la puerta giró su cabeza hacia atrás y miró con esas miradas que calientan  las entretelas del corazón. Esporádicamente con mucha vergüenza y pidiendo disculpas por existir, se sentaban a la mesa en silencio, la madre parecía mirar a través del vidrio de una ventana mientras comía, el muchacho  flaco y de andar inseguro se demoraba en comer, mirando fijamente el plato con la cabeza gacha y colgándole sobre el pecho medio hundido.La madre habiendo terminado no lo ayudaba, murmuraba como un rezo, es muy tímido, no hay que apurarlo. Quedó solo en el comedor y en un ambiente de fin de fiesta, un voluntario de pocas pulgas miraba con cara de pocos amigos. No quieran imaginar lo que pensaba.


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