lunes, 8 de diciembre de 2014

lLa casa es mamá

XIV
Amalia lavaba y planchaba pañales todo el día. Para papá tu voz sonaba remota, casi inaudible, se derretía todo el tiempo. Desde mi maternidad añosa te comprendí con las entretelas de mi corazón y me dolieron hasta los tuétanos de mis fatigados huesos. Como contrapartida gustabas de los dulces, hermosa mujer, de la risa franca y sobre todo de conversar sin prisa ni pausa, niñica mía, criada por tus abuelos andaluces, compañía, sí, pero lejos de tu madre y de tus hermanos tan extrañados y esa nostalgia de la casa paterna que jamás te abandonó. Te acordás de esa noche que hablamos por teléfono hora tras hora, papá estaba en el sanatorio y cuando quedaste sin él nos acostábamos en las siestas calurosas, una tendida al lado de la otra solo para hablar y más hablar. Buscabas la alegría con coraje solo para vencer al miedo de estar sola, aunque nunca tomaste el control de la vida te fuiste cuando quisiste irte, como un pañuelo que se deshila... y no es poco para alguien sensible y vulnerable, casi sin piel.

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