martes, 10 de septiembre de 2013

11 de septiembre ¡Ay mis colegas!

He sido con ellos, me he ido metamorfoseando en quien soy, día a día, en el cuerpo a cuerpo, a través de todos estos años, veinticinco para ser precisa. Ellos me han acontecido uno a uno, algunos, lisa, mansamente; otros deslenguados, sin manchas ni sombras, pocos me han dejado sus arrugas, su hondo corazón que sangra, su mirada sin sueños ni utopías, en ciertos ojos oceánicos naufragué sin futuro.
Los incorporé a mi mundo, junto con mis alumnos, secundando al mundo con nuestro mensaje de esperanza, ampliando, transformando y combatiendo por sostener la diferencia entre los jóvenes y nosotros, los que llegamos antes. Por eso las huellas abiertas, las marcas antiguas, las presencias abiertas, los puentes alfombrados entre vereda y vereda.
Más de una vez elegí el silencio antes que la palabra, despojada y en riesgo, sin armadura, para mí condición esencial del caminar junto al otro.
Ha sido constante esta tarea de volver la jaula, pájaro.
Y el anhelo permanente , ay, de no ser Dios y cuidarlos.
Hasta que no estuvieron más a mi lado no había descubierto cuanto habían tallado en mí. Soy a partir de ellos. ¡Qué gente es ésa, que tiene tantas agallas como para contar hasta veinticinco!



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