Atada estaba a esa casa amada. Buscaba su propio bosque..."allí donde los troncos y las piedras me enseñarían lo que no me diría nunca un maestro". Recibía cada aurora con la misma sonrisa con la que saluda a cada hermano. Con el corazón retorcido, sin festejos ni andadores resistió en su desierto encerrado. ¡Oh, mi reinita, tus lágrimas me arrastran. En tus ropitas ya no anochece la tierra. ¡Oh, mi elegida,!.
Sus ojos risueños los reúne, después.
No hay ghetto, ni traición desertora.
Sin señales milagrosas, ni costado traspasado, ni manos llagadas... sus ojos creen su corazón ve.
Para ella no existe demasiada muerte.
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