Te vestiste de blanco radiante para colocar a tu rey en la custodia santa.
Luminosa frente a los hermanos reunidos, tanto que hacías doler.
La cabeza semi inclinada, la eterna sonrisa casi anunciada y tus manos curtidas
obraron el preciso prodigio.
Lo entronizaste en medio de los cuerpos suplicantes
en este mundo ancho y ajeno.
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