Y antes era vivir con el bolso, preparado siempre y al lado de la puerta que da a la calle
la esperada vuelta a casa era por escasos días, cada vez menos en el último tiempo
hasta que cambió de lugar y el tiempo de estar entre nosotros.
Pasó por todas las estaciones sin preguntar por su destino,
se pintaba y arreglaba sin temerle a los espejos, todavía
llevaba su nombre con memorable hidalguía,
frágil y poderosa fue su travesía,
su turno lo vivió sin dar ni pedir cuartel,
solo pretendía que la dejaran ir.
Ella es lo inexplicable de la muerte a deshora,
es el padecimiento para la desesperanza,
es el suplicio de un corazón-corona hecho de amor sudario.
Ya derrotaste a la muerte, ya sos la misma y sos otra, celeste cósmica y
plena luz... puro agujero blanco.
María de los Milagros orilló apenas diecinueve años.
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