viernes, 13 de septiembre de 2013

Turno tarde


Los chicos llegaban a las apuradas, con la mañana puesta al hombro, un par de gritos a deshora, algún trabajito tempranero, arrastrando al hermanito que quería jugo y el estómago semivacío porque la mañana era corta para hacer lo necesario y siempre aparecía algo mejor que llegar a tiempo a la escuela. A medio desensillar daban el presente cálido y ruidoso, se demoraban en sus entretenidas conversaciones hasta que asomaba con paso cansino el profesor. Desaparecían las paredes del aula y comenzaban a trabajar, a veces bellos como el día, otras malos como el tiempo, pero siempre como buscando en la oscuridad, ¡tanta vida secreta a la que no podía llegar!...Estaba ahí, disponible, a la espera, solo para tender una mano a tanto olvido, negación y quizás desamor. Necesitábamos un amor nuevo, íntegro para vencer tanta postergación, un amor tembloroso para estrenar en el patio inundado de luz verdadera. Ellos caminaban atravesados por la claridad  sin envejecer,  por el espacio escolar sin límites ni bordes
Preparar un acto escolar tomaba la forma de una pregunta. Arrojaban sus ideas, le ponían su cuerpo a las circunstancias, hacían que sus palabras le entraran al otro generando una respuesta y ni qué decir cuando nuestra profesorita de primerito preparaba a su curso para bailar una danza nativa para el día de la tradición. Ellos al igual que los chicos de la mañana vivían en ese intercambio, potenciaban ese tráfico constante de afectos, broncas, noticias, pareceres, rumores, lo que traía la marea de la escuela y sus alrededores. Abonaban ese espacio común del encuentro.Yen esa matriz fundante del dar y recibir nos percibíamos como otros.Y ese lugar se transformaba en nuestra casa.Y¡ay, mamá, qué feliz que soy!


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