porque había tantos mal queridos,
malcomidos,
sin abrigo
ni colchón ande echarse,
ahicito no más,
frente a nuestros ojos,
cruzando las vías que daban a la escuela...
No había olvido posible,
ni trabajo retaceado para juntos,
sin tuyo ni mío,
recogíamos sin ruido
ropa, calzado, alimentos no perecederos, útiles escolares, libros infantiles, colchones
y todo lo que guste donar
porque todo sirve...
Nacía el Roperito Pascoli, lumbrera de la escuela. Nos movíamos sin demora y soñábamos conque ese día de trabajo comunitario fuese todos los días.
Los chicos eran el corazón del mundo y la escuela nuestra casa y tampoco hacía falta poner nuestros nombres en el ángulo de un cuadro.
El Roperito creaba un nuevo suelo institucional, ponía en acto la necesidad de nuevas capacidades y abría un juego fascinante. No había límites para nuestra imaginación, íbamos de conseguir un colchón para Yolanda a una silla de ruedas para que Luisita pudiera ir a la escuela. Era una construcción dinámica, recreábamos la confianza sin libreto previo. El Roperito intervenía en nuestras vidas sociales y nosotros cuidábamos el río, para que el agua corriera y no se estanque, para que fecunde y no se pudra. Se desplegaban redes de colaboración; emergían espacios comunes y personas que se sumaban a esta indefensión vivida haciendo, al igual que nosotros, de la solidaridad su bandera. Tenía identidad propia, eran sus dueños los de adentro y los de afuera. Apuntábamos a lo concreto: una maratón solidaria en un acto escolar, una jornada de trabajo en un comedor comunitario, o en la villa Papelito, afirmábamos lo relacional, conversábamos con los vecinos, tomábamos la leche con los chicos en las mesas que habíamos llevado, ahondábamos el lazo y el vínculo entre nosotros, todos.
Hace siete años...
Pan para tod@s...
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