domingo, 7 de septiembre de 2014

Sarmiento, padre del aula

No puedo dejar mis acciones en la escuela, solas, desnudas, despojadas, por eso le pongo palabras. Todavía, salgo otra vez de lo administrativo para preguntarme qué tipo de orden construíamos en ese adentro cotidiano del colegio secundario recién fundado.Y en la respuesta aparece nítida un  orden que nos sacara del caos, de la mazorca doméstica, que nos anclara en la palabra que hace, que genera transformaciones. Nos arreglábamos con lo que había, nos movíamos bien en el barro, casi mejor que en el asfalto, en lo metódico, lo reproductivo, no sabíamos de las fotocopias, solo originales. Nos ensuciábamos, pero no nos domesticaban. Teníamos mucho de maestros, más que de preceptores, de disciplinamiento. Siempre huí de los bancos atornillados al suelo, de los dispositivos de fijación y control de los cuerpos en el aula, latía por detrás de cada uno de nosotros, todos, una enorme confianza en las personas formadas por el poder de la palabra. Una certeza-pocas en verdad teníamos-demoledora nos respaldaba,la de que donde se terminan las palabras,va a venir la violencia. Había una idea de instalar una cosa, otra escuela, en lugar de la escuela, de idas y vueltas, la frontera la vivíamos como un lugar de pasaje, de vaya y venga, de comunicación. Par ir cerrando propongo un brindis para mis colegas del IGP en el mes de la educación.

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