viernes, 1 de marzo de 2013

A cielo abierto

Hacía seis meses casi que no iba al corredor. La tardecita deliciosamente fresca, el compañero dispuesto y el colesterol alto. Ya había hecho el aprestamiento necesario: el patio familiar, las consabidas vueltas a la manzana, el recorrido hasta la heladería de San José.
Salimos. Conversamos animadamente y de la mano como siempre, según nuestro rito novial. Al llegar a la senda peatonal nos soltamos y ahí comencé a tomar conciencia de la erosión impiadosa de sillón/la silla/la interminable cama/banco/las piernas pesadas como pata de santo.
No encontré ni de ida ni de vuelta mi ritmo y esa extrañeza de estar adentro de un cuerpo desconocido de otro y encima hostil, rebelde, negado a respuesta, casi airoso, no sé... ¿vengativo? tenía la guardia baja, mordí el polvo sin asco ¡tan cerca de mí! Pecharé de nuevo bajo este cielo alto y  lejano.             

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